al más alegre de los hombres,
su mirada era tan helada
y sus suspiros tan pobres.
Sus cicatrices me contaban
del cansancio que padecía,
de como sus pies soportaban
la tristeza después de la alegría.
El murmullo de su pecho
envilecía a las estrellas,
que en sitio tan estrecho
dejaron de ser bellas.
Y de aquel vacío atronador
hizo su corazón tintero,
para escribir sin ningún color
un apagado "te quiero".
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